el Diamante en tu Bolsillo

descubre tu verdadero resplandor

Advaita
No-dualidad
132 páginas
Origen: https://datelobueno.com/
Gangaji

PRIMERA PARTE

La invitación: descubrir la verdad de quien eres.

El último sitio donde se te ocurriría mirar.

MI PROFESOR ACOSTUMBRABA a contar la historia de un consumado ladrón de diamantes que sólo quería robar las joyas más exquisitas. Este ladrón solía deambular por la zona de compra-venta de diamantes con el fin de “limpiarle” el bolsillo a algún comprador incauto.

Un día vio que un comerciante diamantes muy conocido había comprado la joya con la que él llevaba toda su vida soñando. Era el más hermoso, el más prístino, el más puro de los diamantes. Pleno de la alegría, siguió al comprador del diamante hasta que éste tomó el tren, y se hizo con un asiento en el mismo compartimiento. Pasó tres días enteros intentando meter la mano en el bolsillo del mercader. Cuando llegó el final del trayecto sin haber sido capaz de dar con la gema, se sintió muy frustrado. Aunque era un ladrón consumado, y aún habiéndose empleado a fondo, no había conseguido dar con aquella pieza tan rara y preciosa.

El comerciante bajó del tren, y el ladrón le siguió. De repente, sintió que no podía soportar por más tiempo aquella tensión, por lo que caminó hasta el mercader y le dijo:

_ Señor, soy un famoso ladrón de diamantes. He visto que ha comprado un hermoso diamante y le he seguido en el tren. Aunque he hecho uso de todas las artes y habilidades de las que soy capaz, perfeccionadas a lo largo de muchos años, no he podido encontrar la gema. Necesito conocer su secreto. Por favor, dígame cómo lo ha escondido.

El comerciante replicó:

_ Bueno, vi que me estabas observando en la zona de compra-venta de diamantes y sospeché que eras un ladrón. De modo que escondí el diamante en el único lugar donde pensé que no se te ocurriría buscarlo: ¡En tu propio bolsillo!

A continuación metió la mano en el bolsillo del ladrón y extrajo el diamante.

El tesoro que yo te invito a recibir, hacia el que apunta de continuamente a lo largo de este libro, está en tu bolsillo ahora mismo, en el bolsillo de tu corazón. El corazón del que hablo está aún más cerca de ti que tu corazón físico. Está más cerca de ti que tu corazón emocional. Es el corazón que está en el núcleo de tu ser. Cualquier paso que des para encontrarlo implica que no está ya aquí, donde tú estás. Simplemente contempla la radiante riqueza de tu verdadera naturaleza y acepta esa riqueza; entonces podrás compartirla de manera natural.

La búsqueda de la felicidad

HE VISTO QUE EN EL CORAZÓN de todos los seres humanos con los que he hablado hay un mandato que nos lleva a buscar la verdadera felicidad, la verdadera realización. A veces este deseo es más fuerte que el instinto de supervivencia. Como sabéis por propia experiencia, la búsqueda de la felicidad puede seguir muchos caminos, y cuando se trata del camino del instinto puede tomar forma de búsqueda de placer, de comodidad, de seguridad o de una posición destacada dentro del rebaño humano. Generalmente, cuando hemos alcanzado cierto grado de éxito en términos de placer, comodidad, seguridad y posición, reconocemos que nada de ello satisface este mandato más profundo, esta honda llamada a la verdadera felicidad. Podemos tener momentos de hermosa revelación y, ciertamente, momentos de placer; sin embargo, en general, existe siempre en nosotros un miembro subyacente a no poder encontrar la paz permanente y la verdadera felicidad. O puede suceder también que el miedo a perder la paz y la felicidad por fin alcanzadas haga que nos tensemos y contraigamos al aferrarnos a ellas de forma sistemática. Y es que solemos tender a desconfiar de la posibilidad de alcanzar la paz y la felicidad permanentes.

A veces, en una vida bendecida, surge la llamada a la búsqueda espiritual, la búsqueda de Dios, la búsqueda de la verdad. Reconocemos que lo habitual es “no hacer caso de esa llamada”. Pero si le prestamos atención dejamos a un lado nuestra “existencia mundana” y nos orientamos hacia la vida espiritual.

Por desgracia, el condicionamiento que habitualmente dirigió la vida mundana intenta dirigir también la búsqueda espiritual, y entonces se convierte en una búsqueda del placer espiritual, de la comodidad espiritual, del conocimiento espiritual o de la seguridad espiritual. Es probable que antes o después también te sientas desilusionado con esa búsqueda. Es evidente que encuentras placer en ella, que a veces tienes experiencias extáticas. Te sientes seguro cuando sientes que Dios o la verdad están presentes, y reconfortado cuando te percibes sostenido por esa presencia. Pero mientras no reconozcas que nunca has estado separado de eso, seguirás moviéndote para encontrarlo, para encontrar a Dios, pues crees o esperas que Dios te dé la felicidad. Esta creencia o esperanza se fundamenta en una imagen de Dios muy infantil, en la idea de que Dios es alguna cosa, alguna fuerza, algún lugar que puede ofrecerte placer, comodidad y seguridad eternos.

He descubierto que, en realidad, es imposible encontrar la felicidad. Mientras trates de encontrar la felicidad “en alguna parte” no mirarás en el lugar donde está. Mientras búsquedas para encontrar a Dios en otra parte pasarás por alto la verdad esencial de Dios, que es omnipresencia. Cuando buscas la felicidad en algún otro lugar estás pasando por alto tu verdadera naturaleza, que es felicidad. Te estás pasando por alto a ti mismo.

Me gustaría invitarte y retarte a que dejes de pasarse por alto a ti mismo, a que te aquietes simple, radical y absolutamente: pon a un lado, al menos momentáneamente, todas tus ideas respecto Dios, respecto a la verdad, respecto a dónde estás. Deja de mirar afuera. Deja de buscar. Simplemente sé. No estoy hablando de estar en un estado de estupor o de entrar en trance, sino de penetrar profundamente en el silencio de tu corazón, donde la omnipresencia puede manifestarse y revelarse como tu verdadera naturaleza. Lo que pido es que te quedes quieto en la pura presencia. No que la crees, ni siquiera que la invites; simplemente que reconozcas lo que siempre está ahí, quien tú siempre eres, el espacio donde Dios siempre está.