En 1896 un muchacho de dieciséis años dejó a su familia y, llevado por un impulso interior, recorrió lentamente su camino hacia Arunachala, una montaña sagrada y centro de peregrinación en la India del Sur. A su llegada arrojó todo su dinero y posesiones y se abandonó a una recién descubierta consciencia de que su naturaleza real era sin forma, inmanente. Su absorción en esta consciencia fue tan intensa que se olvidó completamente de su cuerpo y del mundo; los insectos le comieron pequeñas porciones de sus piernas, su cuerpo se consumió debido a que raramente estaba suficientemente consciente para comer y sus cabellos y uñas crecieron hasta tamaños inmanejables. Después de dos o tres años en este estado comenzó a retornar lentamente a la normalidad física, un proceso que no se completó del todo durante varios años. Su conocimiento de sí mismo como presencia consciencial no fue afectado por esta transición física y permaneció continuo y sin empañar para el resto de su vida. En el lenguaje Hindú, él había «realizado el Sí mismo»; es decir, se había dado cuenta por experiencia directa de que no existe nada aparte de una consciencia indivisible y universal, la cual se experimenta en su forma no-manifestada como eseidad o presencia consciencial y en su forma manifestada como la apariencia del universo.
Normalmente esta presencia consciencial se genera solamente después de un largo y arduo período de práctica espiritual pero en este caso aconteció espontáneamente, sin ningún esfuerzo o deseo previo. Venkataraman, el muchacho de dieciséis años de edad, estaba sólo en una habitación de la planta superior de la casa de su tío en Madurai (cerca de la punta austral de la India) cuando repentinamente fue atenazado por un intenso temor de la muerte. En los minutos siguientes pasó por una experiencia de muerte simulada durante la cual devino conscientemente consciente por primera vez de que su naturaleza real era imperecedera y de que no tenía ninguna relación con el cuerpo, la mente o la personalidad. Muchas gentes han contado experiencias inesperadas similares pero son casi invariablemente pasajeras. En el caso de Venkataraman la experiencia fue permanente e irreversible. Desde aquel tiempo en adelante su consciencia de ser una persona individual cesó de existir y nunca funcionó en él de nuevo.
Venkataraman no habló a nadie sobre su experiencia y durante seis semanas mantuvo la apariencia de ser un muchacho ordinario. Sin embargo, encontró que tal era una postura cada vez más difícil de mantener y al final de este período de seis semanas abandonó a su familia y se fue directamente a la sagrada montaña de Arunachala.
La elección de Arunachala estaba lejos de ser una cuestión de azar. A todo lo largo de su breve vida él había asociado siempre el nombre de Arunachala con Dios y fue una revelación mayor para él cuando descubrió que no se trataba de algún ámbito celestial sino de una entidad terrenal tangible. La montaña misma había sido considerada desde hacía mucho tiempo por los Hindúes como una manifestación de Siva, una divinidad Hindú, y en los años posteriores Venkataraman a menudo decía que fue el poder espiritual de Arunachala lo que había llevado a cabo su realización del Sí mismo. Su amor por la montaña fue tan grande que desde el día en que llegó allí en 1896 hasta su muerte en 1950 nunca se le pudo persuadir para alejarse más allá de dos millas de su base.
Después de vivir unos cuantos años en la falda de la montaña su presencia consciencial interior comenzó a manifestarse como una irradiación espiritual exterior. Esta irradiación atrajo a un pequeño círculo de seguidores y, aunque él permanecía silente la mayor parte del tiempo, emprendió una carrera de enseñanza. Uno de sus más tempranos seguidores, impresionado por la evidente santidad y sabiduría del joven, decidió renombrarle Bhagavan Sri Ramana Maharshi — Bhagavan significa Señor o Dios, Sri es un título honorífico Indio, Ramana es una contracción de Venkataraman, y Maharshi significa «gran veedor» en Sánskrito. El nombre encontró acogida entre sus otros seguidores y pronto devino el título por el cual llegó a ser conocido en el mundo.
En esta etapa de su vida Sri Ramana hablaba muy poco de modo que sus enseñanzas se transmitían de una manera inusual. En lugar de dar instrucciones verbales, emanaba de él constantemente una fuerza o poder silente que aquietaba las mentes de aquellos que lo captaban y que ocasionalmente les daba incluso una experiencia directa del estado en el cual él mismo estaba perpetuamente inmerso. En años posteriores devino más dispuesto a dar enseñanzas verbales, pero inclusive entonces, las enseñanzas silentes siempre estaban disponibles para aquellos que eran capaces de hacer buen uso de ellas. A todo lo largo de su vida Sri Ramana insistió en que este flujo de poder silencioso representaba sus enseñanzas en su forma más directa y concentrada. La importancia que él le daba queda patente por sus frecuentes afirmaciones al efecto de que sus enseñanzas verbales se daban solamente a aquellos que eran incapaces de comprender su silencio.
A medida que pasaban los años se hacía cada vez más famoso. Una comunidad creció en torno a él, miles de visitantes se congregaron para verle y durante los últimos veinte años de su vida fue ampliamente considerado como el hombre santo más popular y venerado de la India. Algunos de estos miles eran atraídos por la paz que sentían en su presencia, otros por la manera autorizada con la cual guiaba a los buscadores espirituales e interpretaba las enseñanzas religiosas, y otros venían meramente a contarle sus problemas. Fueran cuales fueran sus razones para venir casi todo el que entraba en contacto con él quedaba impresionado por su simplicidad y su humildad. Él mismo se puso a disposición de los visitantes las veinticuatro horas del día viviendo y durmiendo en una sala comunal que siempre era accesible para todo el mundo, y sus únicas posesiones privadas eran un taparrabos, un cantarillo y una garrota. Aunque era venerado por miles de gentes como un Dios vivo, se negaba a permitir que nadie le tratara como una persona especial y siempre se negaba a aceptar algo que no pudiera ser compartido igualmente por todos en su ashram. Participaba en el trabajo comunal y durante muchos años estuvo levantándose a las tres de la mañana para preparar la comida para los residentes del ashram. Cuando los visitantes venían a verle — no había ninguna diferencia bien fueran personas importantes, campesinos o animales— todos eran tratados con igual respeto y consideración. Su interés igualitario se extendía inclusive a los árboles locales, disuadía a sus seguidores de coger flores u hojas e intentaba cerciorarse de que siempre que se tomaba un fruto de los árboles del ashram se hiciera de tal manera que el árbol sólo sufriera un mínimo daño.
A lo largo de todo este período (1925-1950) el centro de la vida del ashram era la pequeña sala donde Sri Ramana vivía, dormía y recibía. Pasaba la mayor parte de su día sentado en un rincón irradiando su poder silente y acogiendo simultáneamente las preguntas del constante flujo de visitantes que descendían sobre él desde todos los rincones del globo. Raramente encomendaba sus ideas al papel y así las respuestas dadas durante este período (con mucho el mejor documentado de su vida) representan la más amplia fuente superviviente de sus enseñanzas.
Estas enseñanzas verbales fluían llenas de autoridad desde su conocimiento directo de que la consciencia es la única realidad existente. Consecuentemente, todas sus explicaciones e instrucciones tenían la intención de convencer a sus seguidores de que éste es su estado verdadero y natural. Pocos de sus seguidores eran capaces de asimilar esta verdad en su forma más elevada y no-diluida, y así él a menudo adaptaba sus enseñanzas para conformarlas a la limitada comprensión de las gentes que venían a pedirle consejo. A causa de esta tendencia es posible distinguir muchos niveles diferentes en sus enseñanzas. En el nivel más alto que puede expresarse en palabras decía que sólo la consciencia existe. Si esto era recibido con escepticismo decía que la consciencia de esta verdad está obscurecida por las ideas auto-limitativas de la mente y que si estas ideas son abandonadas entonces se revela la realidad de la consciencia. La mayoría de sus seguidores encontraba este planteamiento de alto nivel demasiado teórico —estaban tan inmersos en las ideas auto-limitativas que Sri Ramana les alentaba a abandonar su sentimiento de que la verdad solamente se revelaría a ellos si emprendían un largo período de práctica espiritual. Para satisfacer a tales gentes Sri Ramana prescribía un método innovador de atención a sí mismo, al cual llamaba auto-indagación [o indagación en sí mismo]. Recomendaba esta técnica tan a menudo y tan vigorosamente que era considerada por multitud de gentes como el motivo más distintivo en sus enseñanzas.
Inclusive entonces, muchas gentes no estaban satisfechas y seguían pidiendo consejo sobre otros métodos o intentaban comprometerle en discusiones filosóficas teóricas. Con tales gentes Sri Ramana abandonaba temporalmente su punto de vista absoluto y daba el consejo adecuado sobre cualquier nivel que se le preguntaba. Si en estas ocasiones parecía aceptar y endosar muchas de las concepciones erróneas que sus visitantes tenían sobre ellos mismos era solamente para llevar su atención a algún aspecto de sus enseñanzas que él sentía que les ayudaría a comprender mejor sus puntos de vista reales.